Para el día de difuntos yo recuerdo a mis muertos. (Mentira: os recuerdo siempre). Día de difuntos es en realidad cada día y ¡cómo quisiera que los muertos se aparecieran de verdad! O por lo menos que se me aparecieran en sueños para contarme un cuento al oído, porque me siento bien solita en este mundo de cristal sin su presencia. Y en realidad me da igual, que sea hoy o mañana, porque tú estás siempre en mi corazoncito de sueñatortillas, yo soy un poco tu, algo más que un poco, un poco bastante.
[Ya sé que a tí te da igual. A mí no]
Cierro los ojos y espero que esta noche vengáis a visitarme de nuevo, que déis la cara como antes, que respondáis a mi llamada, porque pienso en vosotros, pienso mucho en vosotros, me acompañáis todos siempre un poquito y me siento un poco menos sola al pensaros y sobre todo menos desprotegida en mi ingenuidad, menos vulnerable.
Ojalá hubiéramos disfrutado de una mejor vida juntos. Ojalá las cosas hubieran sido distintas. Pero prometo recordaros todos los días de mi vida con amor, y con orgullo.
lunes, 1 de noviembre de 2010
sábado, 9 de octubre de 2010
Rebelión
Pues cómo va a ser eso, que la nevera se puso en huelga. De tanto convivir con nosotros se volvió sindicalista. Y ahora todos los sábados deja de funcionar, seguro trata de convencernos de que reduzcamos su jornada laboral o intenta conseguir un bono por horas extras. Y la verdad, no puedo enfadarme con ella. Me jode que la comida se descomponga -me jode bastante- pero como que la entiendo. La cosa empezó cuando el 29-S y desde entonces cada sábado igual. Me cae que la nevera ha adquirido consciencia de clase. Me cae que lee a Foucault a escondidas mientras dormimos. La culpa es nuestra. Ahora no me queda más que afiliarla al sindicato de refrigeradores y ver si llego a un acuerdo con los representantes. O algo así.
Pero la verdad es que no es solo la nevera. Toda la casa anda revolucionada. La lavadora se ha vuelto muy proactiva y las tuberías de agua protagonizaron un alzamiento en toda regla.¡Un alzamiento! Me pusieron en jaque y tuve que recurrir a toda la tropa auxiliar para controlar la rebelión.
Tenía que pasar.
Pero la verdad es que no es solo la nevera. Toda la casa anda revolucionada. La lavadora se ha vuelto muy proactiva y las tuberías de agua protagonizaron un alzamiento en toda regla.¡Un alzamiento! Me pusieron en jaque y tuve que recurrir a toda la tropa auxiliar para controlar la rebelión.
Tenía que pasar.
sábado, 11 de septiembre de 2010
Confesiones cortas
Confesiones cortas para un tiempo larguísimo. Quisiera ser como cualquierda de ellas. Como ella: elegante, color de otoño, esbelta, mística y luminosa. O como ella: decidida, avasalladora, sexy, brillante. O como cualquiera de las otras, cualquiera de estas mujeres que no desean ser otra, eso quisiera.
Solo mis manos me pertenecen completamente.
Solo mis manos me pertenecen completamente.
domingo, 5 de septiembre de 2010
Fantasmita arrastrando cadenas
Dos cosas me cagan profundamente de mí misma: esa asquerosa bipolaridad no diagnosticada y mi manera sobre-emocional de escribir. Con la segunda puedo vivir, con la primera a duras penas.
Me pregunto cómo es posible que la bipolaridad esté catalogada como enfermedad mental. Cómo si fuese deseable andar en un estado mental de absoluta normalidad (lo que coño que eso sea) por la vida. También me pregunto por qué la gente que sufre de cualquier alteración mental acepta medicarse en vez de intentar averiguar cómo convivir con sus estados mentales o (mejor aún) qué es lo que falla en su vida o en su entorno que les provoca semejantes cambios de humor. Viviendo en el mundo que vivimos, no me parece tan extraño que -cuanto menos- suframos de cambios radicales de humor. Al fin, hay motivos para sentirse desesperado y confiado alternativamente. Y hay cosas peores que "ser" bipolar. Se puede ser, simple y llanamente, cruel de manera permanente. En cambio, la crueldad no está catalogada como enfermedad. A ver si no va a resultar que los locos son ellos...
Bueno, aprenderás a convivir con ello. Aprenderás a levantarte unos días sintiéndote la reina del mundo, convencida de que el futuro alberga infinitas posibilidades, y aprenderás a, cinco minutos después, resentir el duro golpe de la realidad y darte cuenta de que no vales una mierda. Aprenderás a sobrevivir las violentas oscilaciones de humores que van y vienen, a minimizar los daños y a aprovechar las puertas al futuro que se abren solo durante cinco minutos, a colarte a través de ellas, a cruzar los dedos esperando que del otro lado las cosas vayan mejor.
No escribo cuando estoy deprimida. Que es como el 70% del tiempo. Pero he aprendido a llevar lápices escondidos y a escribir en el reverso de las servilletas durante ese imprevisible 30% del resto del tiempo. Lo malo es que me exhalto. Lo malo es que mis palabras suenan a película dominguera de segunda. Lo malo es que traigo explosiones en la cabeza. Quisiera ser Truman Capote, la prosa cristalina y tal, quisiera ser Delibes, quisiera ser Nothomb, pero nunca consigo despegarme lo suficiente de mi propia visión para eso. Estoy irremediablemente ligada a los espasmos de mis sentimientos. La verdad es que quisiera ante todo no ser yo misma o al menos -no es mucho pedir- poder evadirme durante ese 30% del tiempo en que escribo. Pero no. Estoy condenada a arrastrarme a mí misma durante toda mi vida.
(Me gusta escribir aquí o allá o en servilletas y pasarme la linealidad y la lógica por el forro durante un rato. Tanta lógica me tiene frita.)
Y sin embargo me ligo una y otra vez, irremediablemente, a los proyectos más personales, más asquerosamente íntimos, y arrastro mis cadenas emocionales como fantasmita por los pasillos del castillo. No puedo evitarlo. Las historias de los demás me abducen. Puta empatía que serás mi perdición. No puedo simplemente cerrar los ojos y hacer como que no va conmigo. Créanme que quisiera hacerlo. Voltear al otro lado y contar modelos de coches. Pero no puedo evitar mirar de reojo e imaginar qué pasa por la mente de esa persona, destinada a hacerla siempre de abogado del diablo.
Y al fin, no puedo escapar a quién soy. La rabia roja me viene de lejos. Soy producto de esta historia de la que huyo. Reproduzco en mí misma los patrones de los que trato de escapar. Tal vez si logro vomitarla de una vez me salvaré. Quizá por eso me revuelvo en espasmos y aún así no sale nada. Quiero vomitarla, de verdad que sí. Quizá me da miedo quedarme vacía si logro escupirla en papel. Quizá me da miedo darme cuenta de lo ridícula que soy. Quizá me da miedo no estar a la altura.
(Eso que estoy escribiendo me quema por dentro. Si no me conmueve, no puedo escribirlo. Pero si me conmueve me pierdo irremediablemente en una ciénaga de sentimientos confusos)
Ayer estuve contenta viendo mesas y lámparas. Quizá eso es síntoma de que voy mejorando, o todo lo contrario. O simplemente evidencia que echo de menos a los míos. Los míos, así, como en las películas. A los míos [dignos - majos - hombres y mujeres de palabra que no se arredran ante nada - que no os doblegáis ante nadie - que decís siempre la verdad así joda - ingeniosos - maravillosos - pero ante todo - honestos - artistas - incorruptibles] ¡Os echo de menos!
Bipolar y retadora compulsiva, quizá sí. Insensible, nunca.
Me pregunto cómo es posible que la bipolaridad esté catalogada como enfermedad mental. Cómo si fuese deseable andar en un estado mental de absoluta normalidad (lo que coño que eso sea) por la vida. También me pregunto por qué la gente que sufre de cualquier alteración mental acepta medicarse en vez de intentar averiguar cómo convivir con sus estados mentales o (mejor aún) qué es lo que falla en su vida o en su entorno que les provoca semejantes cambios de humor. Viviendo en el mundo que vivimos, no me parece tan extraño que -cuanto menos- suframos de cambios radicales de humor. Al fin, hay motivos para sentirse desesperado y confiado alternativamente. Y hay cosas peores que "ser" bipolar. Se puede ser, simple y llanamente, cruel de manera permanente. En cambio, la crueldad no está catalogada como enfermedad. A ver si no va a resultar que los locos son ellos...
Bueno, aprenderás a convivir con ello. Aprenderás a levantarte unos días sintiéndote la reina del mundo, convencida de que el futuro alberga infinitas posibilidades, y aprenderás a, cinco minutos después, resentir el duro golpe de la realidad y darte cuenta de que no vales una mierda. Aprenderás a sobrevivir las violentas oscilaciones de humores que van y vienen, a minimizar los daños y a aprovechar las puertas al futuro que se abren solo durante cinco minutos, a colarte a través de ellas, a cruzar los dedos esperando que del otro lado las cosas vayan mejor.
No escribo cuando estoy deprimida. Que es como el 70% del tiempo. Pero he aprendido a llevar lápices escondidos y a escribir en el reverso de las servilletas durante ese imprevisible 30% del resto del tiempo. Lo malo es que me exhalto. Lo malo es que mis palabras suenan a película dominguera de segunda. Lo malo es que traigo explosiones en la cabeza. Quisiera ser Truman Capote, la prosa cristalina y tal, quisiera ser Delibes, quisiera ser Nothomb, pero nunca consigo despegarme lo suficiente de mi propia visión para eso. Estoy irremediablemente ligada a los espasmos de mis sentimientos. La verdad es que quisiera ante todo no ser yo misma o al menos -no es mucho pedir- poder evadirme durante ese 30% del tiempo en que escribo. Pero no. Estoy condenada a arrastrarme a mí misma durante toda mi vida.
(Me gusta escribir aquí o allá o en servilletas y pasarme la linealidad y la lógica por el forro durante un rato. Tanta lógica me tiene frita.)
Y sin embargo me ligo una y otra vez, irremediablemente, a los proyectos más personales, más asquerosamente íntimos, y arrastro mis cadenas emocionales como fantasmita por los pasillos del castillo. No puedo evitarlo. Las historias de los demás me abducen. Puta empatía que serás mi perdición. No puedo simplemente cerrar los ojos y hacer como que no va conmigo. Créanme que quisiera hacerlo. Voltear al otro lado y contar modelos de coches. Pero no puedo evitar mirar de reojo e imaginar qué pasa por la mente de esa persona, destinada a hacerla siempre de abogado del diablo.
Y al fin, no puedo escapar a quién soy. La rabia roja me viene de lejos. Soy producto de esta historia de la que huyo. Reproduzco en mí misma los patrones de los que trato de escapar. Tal vez si logro vomitarla de una vez me salvaré. Quizá por eso me revuelvo en espasmos y aún así no sale nada. Quiero vomitarla, de verdad que sí. Quizá me da miedo quedarme vacía si logro escupirla en papel. Quizá me da miedo darme cuenta de lo ridícula que soy. Quizá me da miedo no estar a la altura.
(Eso que estoy escribiendo me quema por dentro. Si no me conmueve, no puedo escribirlo. Pero si me conmueve me pierdo irremediablemente en una ciénaga de sentimientos confusos)
Ayer estuve contenta viendo mesas y lámparas. Quizá eso es síntoma de que voy mejorando, o todo lo contrario. O simplemente evidencia que echo de menos a los míos. Los míos, así, como en las películas. A los míos [dignos - majos - hombres y mujeres de palabra que no se arredran ante nada - que no os doblegáis ante nadie - que decís siempre la verdad así joda - ingeniosos - maravillosos - pero ante todo - honestos - artistas - incorruptibles] ¡Os echo de menos!
Bipolar y retadora compulsiva, quizá sí. Insensible, nunca.
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