domingo, 5 de septiembre de 2010

Fantasmita arrastrando cadenas

Dos cosas me cagan profundamente de mí misma: esa asquerosa bipolaridad no diagnosticada y mi manera sobre-emocional de escribir. Con la segunda puedo vivir, con la primera a duras penas.

Me pregunto cómo es posible que la bipolaridad esté catalogada como enfermedad mental. Cómo si fuese deseable andar en un estado mental de absoluta normalidad (lo que coño que eso sea) por la vida. También me pregunto por qué la gente que sufre de cualquier alteración mental acepta medicarse en vez de intentar averiguar cómo convivir con sus estados mentales o (mejor aún) qué es lo que falla en su vida o en su entorno que les provoca semejantes cambios de humor. Viviendo en el mundo que vivimos, no me parece tan extraño que -cuanto menos- suframos de cambios radicales de humor. Al fin, hay motivos para sentirse desesperado y confiado alternativamente. Y hay cosas peores que "ser" bipolar. Se puede ser, simple y llanamente, cruel de manera permanente. En cambio, la crueldad no está catalogada como enfermedad. A ver si no va a resultar que los locos son ellos...

Bueno, aprenderás a convivir con ello. Aprenderás a levantarte unos días sintiéndote la reina del mundo, convencida de que el futuro alberga infinitas posibilidades, y aprenderás a, cinco minutos después, resentir el duro golpe de la realidad y darte cuenta de que no vales una mierda. Aprenderás a sobrevivir las violentas oscilaciones de humores que van y vienen, a minimizar los daños y a aprovechar las puertas al futuro que se abren solo durante cinco minutos, a colarte a través de ellas, a cruzar los dedos esperando que del otro lado las cosas vayan mejor.

No escribo cuando estoy deprimida. Que es como el 70% del tiempo. Pero he aprendido a llevar lápices escondidos y a escribir en el reverso de las servilletas durante ese imprevisible 30% del resto del tiempo. Lo malo es que me exhalto. Lo malo es que mis palabras suenan a película dominguera de segunda. Lo malo es que traigo explosiones en la cabeza. Quisiera ser Truman Capote, la prosa cristalina y tal, quisiera ser Delibes, quisiera ser Nothomb, pero nunca consigo despegarme lo suficiente de mi propia visión para eso. Estoy irremediablemente ligada a los espasmos de mis sentimientos. La verdad es que quisiera ante todo no ser yo misma o al menos -no es mucho pedir- poder evadirme durante ese 30% del tiempo en que escribo. Pero no. Estoy condenada a arrastrarme a mí misma durante toda mi vida.

(Me gusta escribir aquí o allá o en servilletas y pasarme la linealidad y la lógica por el forro durante un rato. Tanta lógica me tiene frita.)

Y sin embargo me ligo una y otra vez, irremediablemente, a los proyectos más personales, más asquerosamente íntimos, y arrastro mis cadenas emocionales como fantasmita por los pasillos del castillo. No puedo evitarlo. Las historias de los demás me abducen. Puta empatía que serás mi perdición. No puedo simplemente cerrar los ojos y hacer como que no va conmigo. Créanme que quisiera hacerlo. Voltear al otro lado y contar modelos de coches. Pero no puedo evitar mirar de reojo e imaginar qué pasa por la mente de esa persona, destinada a hacerla siempre de abogado del diablo.

Y al fin, no puedo escapar a quién soy. La rabia roja me viene de lejos. Soy producto de esta historia de la que huyo. Reproduzco en mí misma los patrones de los que trato de escapar. Tal vez si logro vomitarla de una vez me salvaré. Quizá por eso me revuelvo en espasmos y aún así no sale nada. Quiero vomitarla, de verdad que sí. Quizá me da miedo quedarme vacía si logro escupirla en papel. Quizá me da miedo darme cuenta de lo ridícula que soy. Quizá me da miedo no estar a la altura.

(Eso que estoy escribiendo me quema por dentro. Si no me conmueve, no puedo escribirlo. Pero si me conmueve me pierdo irremediablemente en una ciénaga de sentimientos confusos)

Ayer estuve contenta viendo mesas y lámparas. Quizá eso es síntoma de que voy mejorando, o todo lo contrario. O simplemente evidencia que echo de menos a los míos. Los míos, así, como en las películas. A los míos [dignos - majos - hombres y mujeres de palabra que no se arredran ante nada - que no os doblegáis ante nadie - que decís siempre la verdad así joda - ingeniosos - maravillosos - pero ante todo - honestos - artistas - incorruptibles] ¡Os echo de menos!

Bipolar y retadora compulsiva, quizá sí. Insensible, nunca.

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