lunes, 1 de noviembre de 2010

Día de Difuntos

Para el día de difuntos yo recuerdo a mis muertos. (Mentira: os recuerdo siempre). Día de difuntos es en realidad cada día y ¡cómo quisiera que los muertos se aparecieran de verdad! O por lo menos que se me aparecieran en sueños para contarme un cuento al oído, porque me siento bien solita en este mundo de cristal sin su presencia. Y en realidad me da igual, que sea hoy o mañana, porque tú estás siempre en mi corazoncito de sueñatortillas, yo soy un poco tu, algo más que un poco, un poco bastante.

[Ya sé que a tí te da igual. A mí no]

Cierro los ojos y espero que esta noche vengáis a visitarme de nuevo, que déis la cara como antes, que respondáis a mi llamada, porque pienso en vosotros, pienso mucho en vosotros, me acompañáis todos siempre un poquito y me siento un poco menos sola al pensaros y sobre todo menos desprotegida en mi ingenuidad, menos vulnerable.

Ojalá hubiéramos disfrutado de una mejor vida juntos. Ojalá las cosas hubieran sido distintas. Pero prometo recordaros todos los días de mi vida con amor, y con orgullo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Rebelión

Pues cómo va a ser eso, que la nevera se puso en huelga. De tanto convivir con nosotros se volvió sindicalista. Y ahora todos los sábados deja de funcionar, seguro trata de convencernos de que reduzcamos su jornada laboral o intenta conseguir un bono por horas extras. Y la verdad, no puedo enfadarme con ella. Me jode que la comida se descomponga -me jode bastante- pero como que la entiendo. La cosa empezó cuando el 29-S y desde entonces cada sábado igual. Me cae que la nevera ha adquirido consciencia de clase. Me cae que lee a Foucault a escondidas mientras dormimos. La culpa es nuestra. Ahora no me queda más que afiliarla al sindicato de refrigeradores y ver si llego a un acuerdo con los representantes. O algo así.

Pero la verdad es que no es solo la nevera. Toda la casa anda revolucionada. La lavadora se ha vuelto muy proactiva y las tuberías de agua protagonizaron un alzamiento en toda regla.¡Un alzamiento! Me pusieron en jaque y tuve que recurrir a toda la tropa auxiliar para controlar la rebelión.

Tenía que pasar.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Confesiones cortas

Confesiones cortas para un tiempo larguísimo. Quisiera ser como cualquierda de ellas. Como ella: elegante, color de otoño, esbelta, mística y luminosa. O como ella: decidida, avasalladora, sexy, brillante. O como cualquiera de las otras, cualquiera de estas mujeres que no desean ser otra, eso quisiera.

Solo mis manos me pertenecen completamente.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Fantasmita arrastrando cadenas

Dos cosas me cagan profundamente de mí misma: esa asquerosa bipolaridad no diagnosticada y mi manera sobre-emocional de escribir. Con la segunda puedo vivir, con la primera a duras penas.

Me pregunto cómo es posible que la bipolaridad esté catalogada como enfermedad mental. Cómo si fuese deseable andar en un estado mental de absoluta normalidad (lo que coño que eso sea) por la vida. También me pregunto por qué la gente que sufre de cualquier alteración mental acepta medicarse en vez de intentar averiguar cómo convivir con sus estados mentales o (mejor aún) qué es lo que falla en su vida o en su entorno que les provoca semejantes cambios de humor. Viviendo en el mundo que vivimos, no me parece tan extraño que -cuanto menos- suframos de cambios radicales de humor. Al fin, hay motivos para sentirse desesperado y confiado alternativamente. Y hay cosas peores que "ser" bipolar. Se puede ser, simple y llanamente, cruel de manera permanente. En cambio, la crueldad no está catalogada como enfermedad. A ver si no va a resultar que los locos son ellos...

Bueno, aprenderás a convivir con ello. Aprenderás a levantarte unos días sintiéndote la reina del mundo, convencida de que el futuro alberga infinitas posibilidades, y aprenderás a, cinco minutos después, resentir el duro golpe de la realidad y darte cuenta de que no vales una mierda. Aprenderás a sobrevivir las violentas oscilaciones de humores que van y vienen, a minimizar los daños y a aprovechar las puertas al futuro que se abren solo durante cinco minutos, a colarte a través de ellas, a cruzar los dedos esperando que del otro lado las cosas vayan mejor.

No escribo cuando estoy deprimida. Que es como el 70% del tiempo. Pero he aprendido a llevar lápices escondidos y a escribir en el reverso de las servilletas durante ese imprevisible 30% del resto del tiempo. Lo malo es que me exhalto. Lo malo es que mis palabras suenan a película dominguera de segunda. Lo malo es que traigo explosiones en la cabeza. Quisiera ser Truman Capote, la prosa cristalina y tal, quisiera ser Delibes, quisiera ser Nothomb, pero nunca consigo despegarme lo suficiente de mi propia visión para eso. Estoy irremediablemente ligada a los espasmos de mis sentimientos. La verdad es que quisiera ante todo no ser yo misma o al menos -no es mucho pedir- poder evadirme durante ese 30% del tiempo en que escribo. Pero no. Estoy condenada a arrastrarme a mí misma durante toda mi vida.

(Me gusta escribir aquí o allá o en servilletas y pasarme la linealidad y la lógica por el forro durante un rato. Tanta lógica me tiene frita.)

Y sin embargo me ligo una y otra vez, irremediablemente, a los proyectos más personales, más asquerosamente íntimos, y arrastro mis cadenas emocionales como fantasmita por los pasillos del castillo. No puedo evitarlo. Las historias de los demás me abducen. Puta empatía que serás mi perdición. No puedo simplemente cerrar los ojos y hacer como que no va conmigo. Créanme que quisiera hacerlo. Voltear al otro lado y contar modelos de coches. Pero no puedo evitar mirar de reojo e imaginar qué pasa por la mente de esa persona, destinada a hacerla siempre de abogado del diablo.

Y al fin, no puedo escapar a quién soy. La rabia roja me viene de lejos. Soy producto de esta historia de la que huyo. Reproduzco en mí misma los patrones de los que trato de escapar. Tal vez si logro vomitarla de una vez me salvaré. Quizá por eso me revuelvo en espasmos y aún así no sale nada. Quiero vomitarla, de verdad que sí. Quizá me da miedo quedarme vacía si logro escupirla en papel. Quizá me da miedo darme cuenta de lo ridícula que soy. Quizá me da miedo no estar a la altura.

(Eso que estoy escribiendo me quema por dentro. Si no me conmueve, no puedo escribirlo. Pero si me conmueve me pierdo irremediablemente en una ciénaga de sentimientos confusos)

Ayer estuve contenta viendo mesas y lámparas. Quizá eso es síntoma de que voy mejorando, o todo lo contrario. O simplemente evidencia que echo de menos a los míos. Los míos, así, como en las películas. A los míos [dignos - majos - hombres y mujeres de palabra que no se arredran ante nada - que no os doblegáis ante nadie - que decís siempre la verdad así joda - ingeniosos - maravillosos - pero ante todo - honestos - artistas - incorruptibles] ¡Os echo de menos!

Bipolar y retadora compulsiva, quizá sí. Insensible, nunca.

sábado, 17 de octubre de 2009

El vacío (no-ejercicios de incoherencia)

Me pregunto cómo he llegado hasta aquí. Creo que fue en coche, muchas horas después de haber salido de otro lugar escapando de algo o bien buscando algo o no se sabe qué. Ay, cómo se enfadaron cuando nos vieron con la pizza! Había muchas curvas, y entre las barracas derruídas, un conejo enfermo. Dos perros hacían autoestop y un autoestopista autríaco que apestaba un poco sólo necesitaba siete quilómetros al norte. La cámara silbaba enronquecida. Yo ya no sabía ni qué.

La muerte nos barrerá a todos y nadie recordará ni la sombra de tu nombre. De eso estoy segura. Sentada, de tumba en tumba como si yo fuera la muerte misma, entre cementerios y alambradas, yo hubiese querido una puerta que se abriese, con un poco de luz detrás, y en vez de querer a los muertos, que me quisiesen los vivos. Recé por ello y sucedió. A veces se está tan solo entre los muertos!

Cálido abrazo de los muertos entre las manos heladas. He llegado como siempre demasiado tarde. Todos han huído ya y han dejado sus casas vacías. Los turistas se bañan entre esqueletos y bajo las bombas cien mil hombres y mujeres tiemblan de frío. Yo no se ni qué, pero seguiré preguntando un rato más, hasta que se me olvide cómo hacer preguntas.

lunes, 4 de mayo de 2009

Ejercicios de mecanografía, 5

Si fuera esquina le pediría a un perro que me meara encima; como no lo soy, creo que simplemente voy a ponerme un anillo para que todos aquellos que necesitan con urgencia renovar su permiso de residencia y no saben cómo o no pueden dejen de decirme lo guapísima que soy y el consabido ¿quieres ser mi novia?. Lo siento chicos: ya cedí mi prerrogativa. De todas formas consuélate: sería una pésima esposa.

El tesoro más grande de una mujer es ahora su opción a conceder voluntariamente la bendición de un pasaporte español integrado en la unión europea. Con ese precioso logo de estrellas que cada vez me recuerda más al de los estados unidos. Es un don bizarro este de concederle por amor a una sola persona -¡a una sola, la que tú escojas!- la posibilidad de ser tratado igual que tú. Ni mejor, ni peor: igual. Lo que implica, desde luego, que todos aquellos que no escojas, todos los que no merezcan tu amor, las van a pasar putas. La unión europea, qué gran putada para todos los que no están dentro (que son la mayoría).

Y luego, con la ley en la mano, despojarle de todos sus bienes habidos y por haber, lanzarlo a la calle, dejarlo sin nada...¡qué putada, también!. Los hombres no debieran casarse sino por extrema necesidad.

Y luego, las pensiones...ese gran tesoro que se transmite solo por matrimonio. Viejos españoles, si aún sentís la esquirla de la humillación viva en vuestros corazones, si late en el cuarto trasero el deseo de venganza, no os lo penséis más: apadrinad a un joven. Casaos con un miserable para que, cuando muráis, vuestra pensión sea la de ellos.

Españoles, españolas: regalad vuestra nacionalidad, regalad vuestra pensión. El amor, verdadero o supuesto, es la última brecha que abre las puertas de la ley. Forzad sus puertas. Hundid el sistema. Que salgan las ratas del barco que se hunde, maldita sea.

En mood apocalíptico, he dicho, como cada víspera a las cifras del paro. Es ya un ritual, supongo...cuántos miles de personas se irán a la calle, y el miedo, siempre el miedo: ¿seré yo la siguiente? Quiero deshacerme de ese miedo maldito que me envenena la razón. ¿Trabajo? ¿Desde cuando he querido yo un trabajo?

Y sin embargo...qué miedo.

jueves, 30 de abril de 2009

Ejercicios de mecanografía, 4

Mi mundo es tan pequeño que una pisada sobre el césped resuena como un seismo.

Imagina como suena el resto.